¿Cuánto cuesta en realidad un Dólar?
Roberto Hung
Cavalieri [1]
Aunque parezca mentira, la
respuesta definitiva a esa interrogante es mucho más sencilla de lo que se cree,
a pesar de que no nos sea del todo satisfactoria. Pero antes de continuar con
el desarrollo de este interesante y actual tema, para poder entenderlo de mejor
manera, tomemos un corto tiempo para respondernos a nosotros mismos: ¿Qué es el
dinero?, ¿Qué es para mí?...
Pensemos y reflexionemos un
poco más, ¿Para qué nos sirve?, ¿Qué importancia tiene para nosotros?, ¿Cómo lo
conseguimos?, ¿Tenemos lo suficiente?, ¿Nuestros esfuerzos son justamente
recompensados desde un punto de vista monetario?, ¿Por qué unos tienen más y
otros menos?, ¿Existe mérito por su exceso o carestía?, ¿Es esto justo?. Si ha
llegado a este inicial punto de la lectura, estas aparentemente simples
interrogantes pero que encierran aspectos de gran importancia en nuestro mundo
han llamado su atención y ha despertado alguna mínima reflexión personal, vamos
bien y he logrado mi intención principal sobre el tema, especialmente en
momentos actuales en los que no pareciera haber, sino que en efecto existe una
abismal diferencia no solo entre el valor del bolívar como nuestro signo
monetario patrio y el dólar como la divisa de los Estados Unidos de
Norteamérica, sino también entre el esfuerzo del trabajo de cada uno y de su
contraprestación dineraria y lo que podemos en definitiva hacer con el producto
de tales esfuerzos, o más aún, entre el verdadero valor de un barril de petróleo
para un país productor y exportador, respecto del precio de combustible que se
paga en una estación de servicio al repostar gasolina para nuestro vehículos o
de plantas de energía y los consecuentes efectos de costos de transporte, de
productos y servicios, de energía eléctrica, iluminación, calidad de vida,
entre otros.
Todo lo referido es sin duda un
tema muy complejo, pero sin intenciones de abordarlo con la minuciosidad que
amerita o con la especificidad en materia económica o de Política Económica
propia de los expertos sobre la materia, que en forma alguna lo soy, resulta
evidente que la apreciación que tenga el ciudadano común sobre lo que es el
dinero y conozca las elementales relaciones entre el mismo y el valor de su
propio trabajo, de los bienes y servicios que con él puede adquirir, y en el
caso que ahora nos interesa, de la relación entre el valor de distintos signos
monetarios, constituye un importante aspecto en el desarrollo social, mientras
que por el contrario, el abordar el tema de manera ajena a las elementales
normas de lógica tendientes al desarrollo económico y la procura de la
prosperidad y bienestar a que expresamente refiere nuestro texto fundamental en
su artículo 3 como fines esenciales del Estado, y peor aún, cuando los llamados
a adoptar las políticas económicas y monetarias lo hacen de la manera menos
adecuada y en profuguidad de toda inteligencia, ello deviene, como a lo largo
de la historia se ha podido observar, en graves crisis que afectan el interés
general de los miembros de una sociedad determinada.
Para continuar con nuestra
disertación, hagamos otras reflexiones y precisiones, entonces vale
preguntarnos: ¿Cuánto mide un kilómetro?, mil metros, ¿y un metro?, cien
centímetros; ¿Cuánto pesa una tonelada?, mil kilos, ¿y un kilo?, mil gramos;
¿Cuántos mililitros hay en un litro?, mil, y ¿Cuánto pesa un litro?, depende,
¿de qué?, de lo que sea el litro; y, ¿Cuánto pesa un kilómetro?, ah, ya eso
está más difícil….
Pero además de las evidentes e
inequívocas precisiones anteriores, resulta que un metro también mide un poco
mas de 3 pies, exactamente 3 pies con 3/8 de pulgada, y ese metro igualmente
mide 1,093 yardas y 39,37 pulgadas. Un kilo pesa algo más de dos libras
avoirdupois, exactamente 2.20462262, y cada libra a su vez tiene 16 onzas, pero
también un quintal son 0,01 kilogramos, y en este mismo sentido, que pareciese
que lo trajese a este trabajo sin razón evidente, podríamos ampliamente tratar
las relaciones entre muchas otras unidades de medición de longitud, de
superficie, de masa, de temperatura, de velocidad, de presión, de energía y
muchos otros.
Resulta entonces que el dinero,
para nuestra primera apreciación y aproximación, perfectamente podemos afirmar
que no es muy distinto a otras unidades de medición como las que refiriéramos,
el dinero no es más que una unidad de medición, ¿de qué?, ¿qué mide?, ¿cómo?,
principalmente de lo que podemos adquirir con él, el valor de lo que podemos
conseguir por su intercambio, entonces, pese a la falta de mayor precisión, una
inicial respuesta a nuestra interrogante de cuánto vale en realidad un dólar,
podemos contestar: “un dólar vale un dólar, vale lo que puedas adquirir con su
intercambio”.
Como estamos pasando a un
estadio un poco más filosófico, cabe perfectamente citar un extracto de una de
las obras más importante de filosofía escrita aproximadamente en el año 380
A.C., tal vez unos añitos antes o después, pero en fin con la suficiente
antigüedad y autoridad sobre el dinero, hablamos de “Ética Nicomaquea” de
Aristóteles, que en el Libro V “De la Justicia”, cuya lectura se recomienda
ante la vigente discusión de lo que la justicia, lo justo y “precio justo”, afirmaba el filósofo:
“Por tanto, todas
las cosas entre las cuales hay cambio deben de alguna manera poder compararse
entre sí. Pues para esto se ha introducido la moneda, que viene a ser en cierto
sentido un intercambio. Todas las cosas
son medidas por ella, y por la misma razón el exceso que el defecto,
determinando cuantos zapatos equivalen a una casa o a cierta cantidad de
víveres. Es preciso que la proporción entre el arquitecto y el zapatero
corresponda a la de tantos zapatos por la casa o los víveres. Si no hay esto,
no habrá transacción ni intercambio, y no habrá la proporción si no son iguales
de algún modo las cosas cambiadas.
Todas las cosas, por tanto, deben ser medidas por una,
como se ha dicho antes. En realidad de verdad, esta medida es la necesidad, la
cual mantiene unidas todas las cosas. Si de nada tuviesen los hombres
necesidad, o las necesidades no fuesen semejantes, no habría cambio, o el
cambio no sería el mismo. Más por una convención la moneda ha venido a ser el
medio de cambio representativo de la necesidad. Por esta razón ha recibido el
nombre de moneda (nómisma) porque no existe por naturaleza, sino por convención
(nómòi), y en nosotros está alterarla y hacerla inútil.”
No es de extrañarnos de
Aristóteles tal claridad en sus ideas, no sólo con respecto a la relación entre las
necesidades humanas, su intercambio y el establecimiento de una unidad común
que favorezca el mismo, la moneda, el dinero, sino también otras muchas
reflexiones que en su misma obra hace sobre las justicia e injusticia, y sobre
el tema que ahora nos interesa, sobre los riesgos y peligros de la prodigalidad y
la avaricia como ambos extremos nocivos respecto de la posesión de bienes y
riquezas, así como de lo peligroso de desear las riquezas por ellas mismas y
sin causa, pero lo importante del extracto que hay que destacar es la expresa
referencia que hace a la nómisma y al
nómòi, instituciones de antecedentes
griegos que en términos generales podemos definir como norma de asignación, de
valor, de identidad, lo que luego deviniera en “numisma” y de allí la numismática.
No nos desgataremos en relatar
los diversos pasos entre la forma más básica y elemental de intercambio como el
trueque que se instaurara en la prehistoria hasta las actuales tecnologías de
transferencias mediante aplicaciones instaladas en teléfonos inteligentes, y su
indetenible paso histórico entre distintas “monedas” o unidades de medición de
valor de intercambio como lo fueron los Dracmas, los Denarios, de cuyo vocablo
deviene a su vez el de “dinero”, luego los Pesos, la Libra Esterlina, el Dólar,
las distintas europeas antes del Euro, y en nuestro caso el Bolívar, Fuerte, o
no ya tanto; pero lo que en definitiva resulta inconcebible es que se pretenda
acoger sistemas de intercambio ya superados y que no han demostrado sino su
absoluta contravención al progreso y bienestar de sociedades.
Retomando en la idea de
Aristóteles, observamos que una persona que hace zapatos, no podrá sobrevivir
únicamente con el producto de sus esfuerzos, zapatos, sino que necesita
vestido, alimentos, medicamentos, y muchos otros bienes y servicios, los cuales
resultan más complejos a medida que las relaciones sociales se hacen también
más complejas; de esa manera resulta más beneficioso para el interés general
que cada miembro de la comunidad se vaya especializando y profesionalizado, de
manera que los bienes y servicios producidos adquieren cada día más mayor
calidad y precios mucho más convenientes por el incremento en su número y
optimización de los procesos de producción. Así, el zapatero con el producto de la
venta de los zapatos, podrá obtener mejores vestidos que si los hiciera el
mismo; quien confecciona los vestidos, mejores zapatos que los que él pudiera
haber elaborado, y así con cada una de las actividades. Ahora bien, es el caso
que no todos tienen las mismas necesidades todo el tiempo, no todos los días se
necesitan zapatos, ni vestido y no se compran los mismos alimentos, que hacen
entonces estos personajes, ponen el valor de su esfuerzo y de su trabajo en un
medio que sea susceptible de mantener el valor de dicho esfuerzo y que
presentada la necesidad ulterior de algún bien o servicio preciso, pueda
acceder a ellos, y he aquí nuevamente el dinero, que por naturaleza y para
dicho fin deberá ser intercambiable, así como de gozar de confianza y
seguridad, tanto de que será recibido por el que suministra el bien, así como
de que su valor será sino igual, el más similar al que tenía cuando se generó,
cuando se depositó en él la confianza de que serviría para adquirir los bienes
para una futura y eventual necesidad de su procura.
Tenemos entonces que el dinero,
no es más que básicamente una unidad de medida de valor de adquisición de las
cosas y de la contraprestación por el trabajo y esfuerzo del ser humano,
presentándosenos como un denominador común entre diversos bienes o necesidades,
el trabajo y contraprestación, todos los cuales son medidos o valorados a
través de un signo monetario determinado y que pueden ser adquiridos, de manera
real y efectiva, contra la entrega de la suma de ese valor, en un tiempo y
lugar específicos, he allí que de nada sirve, como dinero, poseer sumas de
monedas y billetes que no tiene un valor real de canje, bien por haber pedido
su condición de curso legal, bien por inexistencia de necesidades, carencia del
bien o producto, y también, por qué no, por insuficiencia de su propio valor.
Pero resulta que si bien el
dinero es una unidad de medida de valor con respecto a una sociedad determinada, ese
mismo dinero, ya en este caso un signo monetario en particular, es a su vez
objeto de medición respecto de otras unidades, es así pues que para el día de
hoy que se hace este trabajo (29/12/2014), un dólar equivale a 0,64472 libras
esterlinas; 0,82277 euros; 0,00828
yenes; 0,98972 francos suizos; 14,7676 pesos mexicanos; 2.376,50 pesos colombianos,
y 6,30 (aprox.), ó 12,00 (aprox.) ó 49,9719 (aprox.) bolívares fuertes venezolanos, a pesar que lo que se puede intercambiar efectivamente con ese dólar
es algún producto con un valor de 170,00 bolívares fuertes (aprox.) que
equivalen a otrora 170.000,00 bolívares, no fuertes. Las sumas anteriores si
bien fueron estimadas en las diferentes divisas con respecto al Dólar, bien pueden
estimarse entre sí, alternándose entre ser la unidad de medida o el objeto
medible, pero es elemental que el que resulte más estable en su variación y
valor libre de canje será una unidad más fiable, confiable y segura. Sobran las
conclusiones de cada uno en este particular.
Nuevamente citamos al filósofo
griego:
“La moneda
por su parte, está sujeta también a variaciones, no pudiendo siempre valer lo
mismo. Con todo, tiende a ser más
estable que las cosas que mide. Por lo cual es menester que todas las cosas
y cosas haciendo conmensurables. No habría asociación si no hubiera cambio, ni
cambio si no hubiera igualdad, ni igualdad si no hubiera conmensurabilidad. A
la verdad, es imposible que cosas tan diferentes lleguen a serlo
suficientemente en la práctica. Debe,
pues, haber un patrón común que ha de ser fijado por consentimiento, razón por
la que se le llama moneda (nómisma). La moneda hace conmensurables todas las
cosas, pues todo se mide por la moneda. (…)”
Genera gran preocupación, que
en la toma de decisiones de políticas económicas y monetarias, entre otras,
pareciera no sólo desconocerse aspectos técnicos específicos y por demás
complejos sobre la materia, economía, fianzas, administración, que advierto
nuevamente sobre los mismos soy lego, sino de elemental lógica y comprensión,
con el agravamiento de dirigirse a otros con argumentos y falaces fundamentos
sobre restricciones a la unidad de medida a la cual se trata de desmontar y
hasta pulverizar, cuando la realidad es otra y muy simple, no es que la divisa
extranjera aumente, es que la propia se descalabra y pierde valor, y no
precisamente frente al Dólar, sino frente a los bienes y servicios que todos
los días requerimos, que necesitamos, y es que como otra importante conclusión
debemos mencionar que la medición que se hace del valor de determinada moneda
no es resultado de un mero capricho, sino que es el fiel reflejo de la
situación del verdadero valor de intercambio por parte de los miembros de una
sociedad de la contraprestación de sus esfuerzos frente a la adquisición de los
bienes y servicios de los que se tiene necesidad, de su verdadero y justo
valor, no impuesto, no ficticio, no irreal, no decretado.
En los últimos tiempos, en
varias ocasiones, de 1983 a 1989 (6 años), 1994 a 1996 (2 años), y desde 2003
hasta la presente fecha (+11 años), hemos sido más que testigos, víctimas, de la
perversión y aberración de lo que son los regímenes de control de cambio, en
los que no sólo se restringe la tasa de cambio, sino que además se limitan las
sumas de divisas a que cada persona tenga acceso y su destino, estableciéndose
además criterios arbitrarios para tal asignación, regímenes que resultan ser
totalmente contranatura a lo que el dinero es por antonomasia, un medio de
intercambio, a su fluidez y libertad de cambio, de producción y prosperidad,
generándose con ello las lógicas y evidentes consecuencias al romper con el
equilibrio de lo que es natural, generándose así escasez y evidente disminución
y merma de la calidad de los bienes y servicios llamados a satisfacer las
necesidades con el previsible aumento de su precio, y luego, lo que es peor
aún, la pretendida regulación de los mismos y establecimiento de listas de racionamiento,
lo que se nos presenta como un cuento de nunca acabar y su efecto bola de nieve
que hace indetenible la disminución de tales bienes y servicios y el incremento
de su valor de intercambio.
Para venir a empeorar las
cosas, más allá de los efectos desastrosos en el propio ámbito económico, y
también somos testigos de ello, tales medidas de restricción a la esencia
natural del dinero en ser medio de intercambio, necesariamente libre y dinámico,
se crea un ambiente propicio para la aparición de otros males mayores como los
de emisión de dinero no orgánico, divorcio de la realidad del valor de los
bienes entre los decretados y los verdaderos costos de producción, disminución
del valor real del salario, prácticas anormales de venta de cupos de adquisición
de divisas, coimas de funcionarios para la emisión de las licencias necesarias
para diversas actividades económicas y otras actividades, blanqueo de
capitales, corrupción del funcionariado público, extorsiones, impunidad, lo que
a su vez genera otros ambientes propicios para otros males de otra gravedad
tales como inseguridad, incremento de robos y homicidios, y podemos continuar
detallado pero no es la finalidad de esta disertación ahondar en esto.
Ante lo referido, podemos
recordar lo ocurrido en la época de posguerra en la Alemania Federal cuando
ante la situación de fijación de precios fijos y establecimiento de listas de racionamiento
con lo que supuestamente se atacaría la escasez y el acaparamiento, todo ello
con la consecuente recesión económica, el Ministro de Economía y luego
Canciller de la República Federal Alemana Ludwig Erhard (1897 – 1977), a
quien se le atribuye el llamado Milagro Económico Alemán (Wirtschaftswunder), el 20 de junio de 1948, como medida esencial ante tal
crítica situación, procedió a la liberación de precios, eliminación de barreras y controles económicos,
resultando que al
incentivarse la iniciativa y actividad privada, la reducción del exceso de
liquidez sin soporte, ello devino en la disminución de precios de manera
sustancial y que aparecieran en el mercado productos que habían estado
represados, conformándose desde ese momento Alemania en líder en las políticas
económicas y monetarias de Europa hasta la presente fecha.
Comentó luego Erhard refiriéndose a las medidas
económicas de liberación de precios y controles y de reforma monetaria de junio
de 1948:
Fue el día
más decisivo de mi vida. Fue un gran cambio. Por primera vez me atreví a poner
mis ideas teóricas en práctica. El escenario cambió repentinamente. Los escaparates se llenaron, la oferta de
mercancía se multiplicó, y valió la pena empezar nuevamente a trabajar.
Nosotros
rechazamos el Estado benefactor de carácter socialista, y la protección total y
general del ciudadano, no solamente porque esta tutela, al parecer tan bien
intencionada, crea unas dependencias tales que a la postre sólo produce súbditos,
pero forzosamente tiene que matar la libre mentalidad ciudadana, sino también
porque esta especie de auto enajenación, es decir, la renuncia a la
responsabilidad humana, debe llevar, con la paralización de la voluntad
individual de rendimiento, a un descenso del rendimiento económico del pueblo.
(*)[2]
Acercándonos más a una
conclusión en este pequeño ensayo, recapitularemos diciendo que esencialmente
el dinero, en general, expresado en cualquier divisa, constituye una unidad de
medida del valor de intercambio entre los bienes y servicios que satisfacen las
necesidades humanas y que por ello resulta su naturaleza dinámica y libre, de
intercambio, pero a su vez no solo se nos presente como unidad de medida e
instrumento de cambio, sino como depositario de la confianza y la seguridad del
ser humano de su esfuerzo y dedicación a las tareas que emprende, he allí la también
natural disposición de colocar el producto de tales esfuerzos en signos que
ofrezcan mayor confianza y seguridad, mientras que es más que evidente y
justificado, huir de aquellos que no lo son, y definitivamente un sistema
monetario que atente contra su propia naturaleza de libertad de cambio no es
confiable ni seguro, ya que no refleja
la realidad del verdadero valor del esfuerzo ni del mercado y jamás podrá ser
sustento de un sistema económico y social sano y próspero.
La reflexión anterior nos asoma
otro aspecto importante para lo que también puede servirnos el dinero, más
específicamente algún signo monetario frente a otro, lo que nos lleva a tenerlo
como una unidad de medición de la salud de determinado sistema económico y
productivo; veamos.
Así como ocurre con la medición
de la temperatura corporal para la determinación de la fiebre de un individuo, siendo
entendible que a los 39 grados estamos frente a un cuadro febril y que su
incremento a 40 ó 41 grados es un agravamiento, mientras que su disminución
hacia los 37 grados representa un mejoramiento de la salud del enfermo, no muy
distinto ocurre, en cuanto la apreciación de la salud de determinado sistema
económico y nivel de vida de determinada sociedad y la adecuada satisfacción de
las necesidades de sus individuos, desde la más elementales como alimentación,
salud, vestido y vivienda, pasando luego por la educación, hasta las más
complejas y exclusivas comodidades.
Nuevamente, no estamos hablando
aquí en complejos términos económicos de producto interno bruto, balanza
comercial, balanza de pagos, gasto y deuda pública o índice de precios, nos
referimos a la sencilla apreciación que pueda hacer un ciudadano común respeto
a su entorno y el de otra sociedad, otra ciudad u otro sistema. Para ello toma
como referencia su trabajo y la correspondiente contraprestación, la
satisfacción de sus necesidades, desde las más básicas hasta las más complejas;
nivel de vida, actividades de esparcimiento, posibilidad ahorrar y formar
familia, lo cual no puede hacerse de otra manera sino que aplicando una medida
de valoración que no es sino la de comparación y correspondencia entre los
signos monetarios que se utilicen en cada sociedad y la cantidad de unidades de
ellos necesarias para la satisfacción de determinada necesidad.
Observamos pues como entre
diversas comunidades que utilizan un mismo signo monetario puede ser ostensible
la salud de sus sistemas económicos, verbigracia una ciudad en Alemania frente
a otra en Portugal en las que ambas es utilizado el Euro y son totalmente distintas
sus realidades económicas. También puede medirse y valorarse sociedades con
sistema monetarios distintos, como son los casos de ciudades pertenecientes a estados
de la Eurozona con aquellos en los Estados Unidos de Norteamérica, o del Reino
Unido, o de Latinoamérica; en los cuales no obstante obedezcan a realidades
distintas y particulares, lo importante es que los mecanismos, y más
específicamente las unidades de valoración, más que su fortaleza nominal, la
precisión de su medición está en su estabilidad, seguridad y confianza, siendo
su control y restricción un elemento distorsionador que la aleja de esa natural
función de intercambio con las consecuencias que arriba destacamos.
Es más que evidente que frente
a una unidad de medida determinada su equivalente en otra, corresponda a 4,30
veces en 1980; 12,40 veces en 1983; 39,30 veces en 1989; 106,12 veces en 1993;
565 veces en 1998; 1.600 veces en 2003; 2.150 veces en 2008 y, 6.300 ó 12.000 ó 49.970 veces en 2014, aunque
la sensación real sea de 170.000 veces, es evidente que el cuadro febril no ha
mejorado, la infección no ha cesado, es más, es evidente que el tratamiento no
es el adecuado, por el contrario ha empeorado la situación y resulta inviable
cualquier medida en esa misma dirección, que desde 1983 nos ha enseñado que no
es la vía correcta, y peor aún, que lejos de tomar los correctivos necesarios
se persista en el error y la carestía de razón en esta especial materia
económica, aunque ello también ocurre en muchas otras, pero no nos de de tratar
hoy.
En este punto ya podemos
perfectamente llegar a responder con total claridad el verdadero valor de un
dólar, y es sencillo, ya lo dijimos, un dólar vale eso, un dólar, vale lo que
puedas intercambiar por con él, y muy poco ha variado el valor del dólar en si
mismo respecto de lo que con él pueda se pueda adquirir, el problema es otro, y
mucho más grave ¿Cuánto vale un bolívar?, y ¿qué se puede conseguir mediante su
intercambio?, claro está que estamos hablando del recientemente creado bolívar
fuerte ya que con el anterior, el no tan fuerte, es evidente que nada se puede
adquirir, más que por no estar en circulación por su valor de conversión que
hoy tendría, no muy difícil de estimar.
Reflexionemos, ¿Qué vale un
bolívar fuerte?, además de poder comprar unos cuantos litros de gasolina
(oferta válida únicamente en Venezuela), pues con un bolívar también podemos
comprar 0,005882 de dólar (siempre estamos hablando de bolívar fuerte, ya que tratar
de calcularlo en base lo que sería con respecto al no fuerte resulta en error,
inténtelo usted mismo).
Entendamos, el problema no es
el dólar, es lo que valen nuestros productos, nuestro trabajo, nuestro sistema
económico, nuestros esfuerzos y su contraprestación, el dólar no va a seguir aumentando,
él nunca aumenta, es nuestro bolívar el que cae, no podemos detener lo que no
se mueve, debemos prestar atención a lo que sí y es nuestro sistema, y ello no
podrá hacerse si no se es serio, se toma conciencia de la situación y empezar
por devolverle a la moneda lo que le es natural, su dinamismo y capacidad de
intercambio, de poder medir y valorar con eficacia la realidad de las
necesidades y su satisfacción, del trabajo y su contraprestación, siendo
necesaria la adopción de políticas que propendan la cesación de restricciones
cambiarias, que ya han demostrado suficientemente su perversión, prueba de ello
es ver el valor de nuestro signo monetario hoy frente a sí mismo hace unos pocos
meses atrás, y si queremos saber si vamos en buen camino bastará compararlo
frente a sí mismo dentro de pocos meses. Pero además de ello, es imperioso que
sean dictadas normas tendentes al verdadero desarrollo y prosperidad, que son
totalmente incompatibles con la restricción de libertades, autonomía de la
determinación de las partes en el foro social y económico, en el intercambio,
en la libre formación de relaciones contractuales y comerciales, del libre
desarrollo de la personalidad, verdadera protección a la familia, que sean a su
vez derogadas todas aquellas que conlleven la imposición de restricciones,
imposición de alcabalas y controles, intervención en las esferas particulares
de los miembros de la sociedad, aunado todo a una debida interpretación general
y análisis económico del derecho como es propio de los derechos fundamentales,
que no es otro que en la búsqueda de una sociedad próspera y verdaderamente
justa, en el ejercicio de los derechos y no en su restricción.
A modo de clausura de esta
disertación, en la que realmente más que tratar de averiguar el valor del dólar
o lo que es más importante aún, entender la pérdida de valor de nuestro
bolívar, sus causas, así como la necesaria y seria atención para su
recuperación como unidad de cambio pudiendo de esa manera satisfacer nuestras
necesidades, habiéndonos referido al gran filósofo clásico Aristóteles en tan
importante tema como lo es la concepción del dinero como unidad de medición, me
permito nuevamente citarlo pero en cuanto a la finalidad del Estado, de la
“polis” aristotélica, a la que debemos propender, sobre la cual afirmaba:
El fin de la polis es vivir bien, y son estos medios
para el fin. Polis es, una vida perfecta y autárquica. Esto es, como dijimos,
vivir feliz y honradamente.
Roberto Hung Cavalieri
Caracas, 30 de diciembre de
2014
[1] Abogado de la Universidad Católica Andrés Bello. 1995.
Caracas. Venezuela.
Maestría en Derecho Económico Europeo. Université
de Droit, d’Economie et des Sciences D’Aix-Marseille. 2001. Aix-en-Provence. Francia.
Especialista en
Derecho Procesal Constitucional. Universidad Monteávila. 2014. Caracas.
Venezuela.
rhungc@gmail.com
[2] Sección extraída del ensayo en revisión para
publicación. “LA IMPORTANCIA DEL PENSAMIENTO ALEMÁN PARA LA COMPRENSIÓN
DEL CONCEPTO DE ESTADO SOCIAL DE DERECHO. Una breve aproximación general. (de
Adenauer a Alexy)”. Roberto Hung Cavalieri. Buenos aires. Noviembre 2014.
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