La valentía de ser papá.



El Día del Padre, celebración que aunque parezca extraño no se celebra en la misma fecha, por el contrario, nos sorprende saber cómo cada país, o mejor dicho, cada sociedad, ha fijado otras oportunidades que no son el tercer domingo de junio, que también valga destacar, dicha conmemoración es bastante reciente y no supera algunas décadas, lo que en términos de historia no es nada; no obstante ello, en vísperas de su celebración, todos, pero en especial a quienes recientemente nos inauguramos en esa particular tarea de ser “homenajeados” nos formulamos la interrogante existencial de si estamos siendo buenos padres, es más, hasta de cuestionarnos qué es ser en realidad ser un buen padre.

Así como ocurre con la errada creencia de que estamos ante una celebración universal, mi aproximación al tema va más allá en el sentido que para reflexionar sobre la paternidad y de allí medianamente aspirar saber que es ser un buen padre y si en efecto puede considerarse que alguien lo sea, creo que debemos apartarnos de ciertos estereotipos, en especial en cuanto a relacionar la idea de un buen padre a la institución del matrimonio; la película de la casita, el parque y el perrito, el regalito, las otrora imágenes (pavosísimas por cierto) de las pantuflas, la pipa, las medias y la corbata, que increíblemente han encontrado sus fieles equivalentes en la actualidad (a pesar de pensar que habían sido superadas).

Si bien las reflexiones que aquí se exponen pueden encontrar como destinatarios naturales a esos estereotipados papás, imágenes muchas veces sobrevaloradas, quiero decir, aquellos que la sociedad ha vendido como el hombre entregado a la institución matrimonial o cualquier otra forma de gamia con vocación de perpetuidad, sea extensible también el llamado a reflexionar a todos aquellos no encentran enmarcados en tal "tradicional" moldura, por lo que tanto aquellos en estado de viudez, (verdadera condición que inspirase el actual día del padre), de divorcio o separación, soltería, co-paternidad, o cualquier otra razón que los mantenga fuera del molde prototipo, pueden atender a la invitación sobre lo que habríamos de entender por paternidad y de ser un buen padre, para luego evaluar si alguien en particular puede ser señalado como tal, y más importante aún, a quién le correspondería la legitimidad para emitir tal juicio y valoración.

Cientos, miles, millones de veces se habrá dicho que los padres se han de esmerar en dar a los hijos lo que los primeros no tuvieron. Que esto sea cierto o lo contrario, pudiera ser considerado importante por algunos para determinar si un padre ha sido bueno o no; no faltara sobre este aspecto gran cantidad de consideraciones en cuanto a que tal afirmación no debe entenderse en cuanto a una dimensión material sino respecto de la educación y preparación para la vida que debe dejarse a los hijos, por lo que muchos padres procurarán la mejor educación que puedan ofrecer a sus hijos, lo que sin lugar a dudas apareja la ingente dedicación de recursos materiales.

Si bien la educación que puede dejarse a los hijos es de importancia, no es tampoco garantía de que ello en definitiva los haga personas y ciudadanos de bien, por lo que mal podríamos dócil y calladamente aceptar ello como absoluto y afirmar que sea la educación lo imprescindible, igual opinión hemos de tener sobre cualquier legado material, ya que bastan los ejemplos en la historia de la inmediata dilapidación propia de la prodigalidad.

Como es de imaginar, tema tan importante y esencial como el planteado no es reciente, que como veremos de seguidas incluso los clásicos hacen especial desarrollo, y siendo de contenido tan existencial no podríamos creer que pueda agotarse alguna vez su discusión, por el contrario en cada tiempo, en cada generación, surgen nuevos aspectos sobre los cuales reflexionar, preocupación que por sí nos denota un especial interés, algo que puede atribuirse a los buenos padres per se, por lo que si llegamos a este estadio, podemos pensar que estamos en buen camino.

No existe duda alguna que el año 2020 ha sido, y aún es, uno de los más complejos y difíciles de nuestra historia reciente, no solo de la humanidad y en todo el orbe, sino también en específicas regiones; y que decir de los países con grave deterioro de sus instituciones democráticas, en la que el abuso, la maldad, el cinismo, la miseria, el resentimiento, el expolio, la rapiña, la mentira, el engaño, el daño, el terror, la muerte y muchas otras perversiones son el día a día. Nos es suficiente a los miembros de estas sociedades no solo ver cualquier noticia para verificarlo, sino que basta simplemente asomarnos por nuestras ventanas, o más triste aún, únicamente cerrar los ojos y recordar el contexto nacional hace un año, o cinco,  o veinte, pero ¿Que tiene que ver la situación de gran adversidad que atravesamos con el día del padre? ¿Con ser un buen padre o procurar serlo?

Jamás dejarán de sorprendernos los clásicos en su gran capacidad de descubrir y transmitir conceptos y que a pesar de contar con las actuales definiciones en nuestros idiomas modernos, son insuficientes para captar la total extensión de los significados tan elaborados como lo es entre otros el de la areté que indudablemente transciende la  más elevada idea que podemos tener sobre la virtud, solo por referirnos a uno de ellos.

De vuelta a la idea de ser un buen padre y lo clásicos, no obstante la gran cantidad de obras que podríamos referir, vienen a mi mente las reflexiones de quien ha sido considerado el más grande sabio de la humanidad, Sócrates, quien de la pluma de Platón en uno de sus primeros y no tan promovido diálogo, “Laques”, toma como referencia el genuino interés de sus interlocutores  en cuanto saber cuál será la mejor manera de instruir y educar a los hijos, resultando como es propio de esa clase de diálogos la importancia de la “andreía”, es decir, la “valentía”, el “valor”, como aspecto esencial en la formación de los hijos.

Más allá de las múltiples apreciaciones de tan interesante diálogo sobre la valentía, destaca la situación que si puede considerarse valiente aquel general en estando en una situación de batallas en condición de superioridad o por el contrario si el verdadero valiente sería aquel que no obstante saberse en condición de minusvalía permanece en la contienda, o si también puede ha de considerarse valiente quien se retira ante una inminente derrota, todo ello dentro de tantas otras profundas meditaciones propias de los diálogos platónicos.

Sin dudas que la tarea de la paternidad en sus distintas etapas lleva implícita situaciones que reclaman valor, que demandan valentía, esa “andreía” propiamente dicha que transciende instituciones sociales que preferimos dejar aparte para este ejercicio y que en la más estricta intimidad del padre está en enfrentar, sea sabiéndose en condiciones de superioridad frente a la adversidad, en minusvalía, sea en la confrontación a pesar de saberse sobrepasado o sea incluyo huyendo de la batalla puntual pero sin renunciar a la aspiración final, cada  para situación, cada paternidad es particular, desde quien se desempeña en una misión en el extranjero dejando sus hijos en su país de origen y únicamente compartiendo pocas veces al año, o quien pueda transmitir su condición de nacional de un estado a su hijo para procurarle mejor calidad de vida, o quien por mantener apariencias está compelido a compartir habitación y hasta el lecho con quien no siente conexión alguna y no ha decido abandonar tan penoso claustro, en todos ellos existe un gran componente de valor a considerar según las circunstancias[1].

Atravesamos sin duda tiempos muy difíciles, pudiera decirse los más duros de los que va del siglo XXI, tanto globalmente como en cada uno de nuestros países, y que decir de la complejidad del caso venezolano, en la que no solo nos toca enfrentarnos a los retos que supone una pandemia sino que además debamos hacerlo en un estado absolutamente fallido en el que los más básicos servicios que lo justifican simplemente no existen y la opacidad del régimen como en otros aspectos es la norma, y aun así debemos enfrentar el ejercicio de la paternidad, en la que es los específicos caso de hijos pequeños no existe posibilidad alguna de flaquear, de siquiera imaginar que existen formar de eludir ese llamado para ser valientes, para extraer todo el valor de nuestro entorno y transmitirlo a nuestros hijos como la mejor enseñanza que podamos darles de como sobrellevar la adversidad con entereza y convertirla en fortalezas, no la de nosotros, sino de ellos, de nuestro hijos, quienes en un futuro no muy lejano nos juzgaran no solo si atendimos al llamado de esa “andreía” que en contadas veces la vida nos las exige, sino de la templanza y la justicia que conforman la virtud.

¿En quién está juzgar si alguien ha sido un buen padre y cuando se profiere dicho juzgamiento? Tengo mi personal opinión; no obstante en conversaciones con múltiples personas en vísperas de estas líneas a pesar de específicas divergencias coincidimos que no son otros que los propios hijos los únicos legitimados para sentenciar quien ha sido un buen padre, juicio de valor que solo podrían proferirse luego que la encomiable labor haya concluido, especialmente cuando se atraviesan aciagos momentos y son lo valores inculcados los que nos dan fuerza para enfrentar y superar las dificultades.

Venezuela, día del padre del año 2020, tiempos de despotismo, crisis y pandemia; papá, me corresponde proferir mi sentencia definitiva. Cumpliste tu misión, fuiste un valiente y buen padre.

Hijo, probablemente no comprenderás muchas cosa que ocurran o que yo como tu padre haga, algunas incluso las adversarás, ya llegará el momento de juzgar y te propongo un día para hacerlo, el 20 de junio de 2066, mientras tanto, más allá de unas medias o una corbata, el mejor regalo que podrás darme, más aún cuando yo no esté, es ser siempre tú, íntegro, auténtico y  valiente, simplemente, ser un hombre de bien.

A todos los padres en su día y que la providencia los bendiga con la valentía necesaria para ejecutar la loable labor de aportar al mundo ciudadanos de bien, en particular venezolanos valientes y justos.

Una especial dedicatoria a Antony Slowinsky, a quien en mis años de juventud tuve la fortuna de tener como papá putativo durante mis estudios en el exterior, y que no obstante la distancia y el tiempo no han permitido una regular comunicación, siempre las tengo presente en mi memoria y mi corazón su templanza y enseñanzas.



[1] Incluso en casos como el del popular personaje de Los Simpsons, Nelson Muntz que se dice que su padre aduciendo salir a comprar cigarrillos jamás volvió. Y es que ante casos como ese si bien suelen ser automáticos los pronunciamientos de condenas, pocos ante de emitir su juicio se preguntarían las razones, si las hubo, por las que se fue, ya que difícilmente alguien se va de algún lugar donde esté bien atendido, o por lo menos donde no esté siendo perturbado, pero esto es otro tema, así como lo es la absoluta e indiscutible “andreía” de la madre soltera y sola que pese a la adversidad cría a sus hijos y han resultado ciudadanos ejemplares.

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